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miércoles, 27 de agosto de 2014

Panteón de la familia Alonso
























Se trata de un panteón monumental en la primera meseta elevada de la antigua Necrópolis del Este, integrada hoy dentro de lo que se conoce como Cementerio de la Almudena.
Se sitúa justo detrás y a la derecha de la tumba colectiva de los pilotos de la Legión Cóndor.

De líneas severas, como corresponde a un monumento funerario, está sin embargo muy influido por las nuevas propuestas estilísticas de la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París de 1925 (el mausoleo es de 1927).
Una influencia que se percibe en sutiles detalles decorativos como los cestos con flores con dibujo en zig-zag, el diseño de las vidrieras o los rebordes escalonados.
Pero destaca sobre todo la bellísima composición escultórica sobre la entrada, centrada por la escultura exenta de un Cristo crucificado. Aunque destaque por su anatomía realista en mármol blanco, su estilo es convencional. Lo interesante son los dolientes bajorrelieves laterales y la tipografía a ambos lados del crucifijo.

Tanto los relieves alegóricos como el gran crucifijo son obra del escultor Fructuoso Orduna Lafuente, autor asimismo de las estatuas de Escosura y Schultz ante la Escuela de Ingenieros de Minas y del grupo de atletas -destruido por accidente en julio de 2013- que adornaba la entrada al polideportivo Antonio Magariños.

miércoles, 13 de agosto de 2014

El revival egipcio



Desde el ocaso definitivo de la civilización egipcia, la humanidad no ha dejado de estar fascinada con ella e impresionada con sus restos. No obstante, durante mucho tiempo los arqueólogos tuvieron clavada una espinita, incapaces de encontrar una tumba importante que no hubiera sido ya saqueada.
Con lo que, hasta principios del siglo XX, flotaba sobre la historia del antiguo Egipto una nebulosa de misterio: se sabía poco de ella y menos aún de sus principales protagonistas, los faraones.



Todo esto cambió en 1922, gracias precisamente a uno de ellos, Tutankamón o Tutankhamon, de vida corta y memoria tan sepultada por la Historia como su tumba en el Valle de los Reyes.
Su descubrimiento por parte del arqueólogo y egiptólogo británico Howard Carter permitió al fin contemplar los tesoros intactos de una tumba real.
Una maldición parecía haberse roto, pero a cambio el mundo se enteraba de otra, milenaria y terrible: la que parecía haber caído sobre los que osaron perturbar el reposo eterno del faraón.


LA MALDICIÓN DEL FARAÓN

El bulo se desató cuando, al poco de haber explorado la cripta, varios de los que participaron en su hallazgo murieron en extrañas circunstancias.
La víctima más notoria fue el aristócrata británico Lord Carnarvon, que había financiado la expedición.
Falleció en El Cairo unos meses después, mientras la ciudad se quedaba de repente a oscuras y su perro en Inglaterra, a miles de kilómetros de distancia, aullaba lastimeramente y caía también fulminado.




Todos estos sucesos, o serie desgraciada de casualidades, alimentaron la leyenda de la maldición de la tumba.
Algo con lo que todavía se especula pero que no debe desviarnos del contenido de la tumba descubierta, un tesoro en toda la extensión de la palabra que cambiaría para siempre jamás nuestra percepción de lo que había sido la civilización egipcia.




‘VEO COSAS… COSAS MARAVILLOSAS’

Estas fueron las primeras palabras que pronunció Howard Carter al asomarse a la tumba alumbrándose con una vela.
No exageraba: dentro aguardaba, virtualmente intacto, un ajuar funerario impresionante: hasta 5.000 objetos fueron recopilados en las cuatro cámaras; su inventario no concluiría hasta febrero de 1932.





La riqueza arqueológica encontrada permitió conocer muchos aspectos de la vida del Antiguo Egipto, desde los avances científicos y tecnológicos a los aspectos artísticos, plasmados en vasijas, joyas, cofres, muebles, juegos, armas y variados utensilios.
De los numerosos objetos, la máscara funeraria del Rey Niño se convirtió en la imagen más popular. La cantidad inusitada de objetos supuso, de hecho, una auténtica revolución: se puede decir que el hallazgo de la tumba de Tutankamón descorrió el velo de Isis que hasta entonces había cubierto la arcana civilización egipcia.
Y esto fue algo que no solo celebró la comunidad científica: en todo el mundo se desató la fiebre por lo egipcio.





ESFINGES, GATOS Y HOJAS DE LOTO

Un fenómeno que no era nada nuevo: la influencia decorativa de esta antigua civilización en la arquitectura y otras artes se remonta a la campaña militar de Napoleón en Egipto en 1798-99.
Solo que en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX alcanzó su pico con el hallazgo prodigioso de la tumba del Rey Niño.
Estuviera su cripta protegida o no por sortilegios de brujería ancestral, el hecho de que saliera a la luz con todas sus maravillas no hizo sino multiplicar en Occidente el embrujo por lo egipcio. Esto se tradujo artísticamente en un auténtico revival que alcanzó a todas las artes y a los objetos más triviales, desde los sujetalibros con forma de esfinge a las figurillas votivas de gatos que aparecían como decoración en las películas de los años 30.
Jarrones como vasos canopos, palmeras, hojas de loto y papiro, líneas onduladas en representación del agua, mujeres como Cleopatra, retratos y esculturas de perfil, columnas con capitel campaniforme y fuste acanalado… Los guiños al arte egipcio pasaron a ser así uno de los rasgos distintivos del Art Decó.









Madrid tampoco se libró de la Egiptomanía.
El mismo Howard Carter visitó en dos ocasiones (1924 y 1928) la Residencia de Estudiantes para dar unas conferencias de éxito tan clamoroso que hubo de repetirlas días después en dos teatros de mayor aforo, el Fontalba y el Princesa.
Fue el resultado de la onda expansiva de la KV62, el nombre con el que los arqueólogos catalogaron la que, desde su revelación, se convertiría en la tumba más famosa de la historia.