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domingo, 31 de marzo de 2013

Aula Américo Castro









Como puede leerse en una placa metálica colocada en junio de 2010 junto a la puerta, 'Este aula recrea el aspecto original de una clase de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid al inaugurarse el edificio el 15 de enero de 1933. La Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid la dedica a la memoria de don Américo Castro Quesada, catedrático de historia de la lengua castellana entre 1915 y 1936, por su magisterio y por su compromiso con la modernización de los estudios de humanidades.'

La iniciativa de reconstruir este aula partió de la excelente exposición celebrada entre diciembre de 2008 y febrero de 2009 en el Cuartel del Conde Duque, 'La facultad de Filosofía y Letras de Madrid. Arquitectura y Universidad durante los años 30'.

En el aula, además de mobiliario original, se ha incluido un antiguo episcopio o proyector de opacos, en bastante buen estado de conservación. El aparato, modelo Belsazar fabricado por la casa alemana Ernst Leitz Wetzlar (Leica), supuso entonces, cuando se inauguró el edificio, una absoluta novedad.

La Ciudad Universitaria, aun concebida en los años 20, constituye la gran obra de conjunto de la modernidad arquitectónica madrileña de los 1930. En ella puede visitarse un puñado excepcional de edificios e interiores que representan lo mejor de la arquitectura de entonces, tan influida por las corrientes centroeuropeas.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Escuela de Arquitectura



Arquitecto: Pascual Bravo Sanfeliú, 1933-1936.
El edificio, muy afectado por la Guerra Civil, fue reconstruido por el mismo arquitecto entre 1941 y 1943.
La reparación de los grandes desperfectos sufridos durante el conflicto fue también encomendada a la misma empresa, Huarte y Cía. Se restauró la estructura, albañilería y decoración interior, prácticamente igual a la que existía antes de la guerra -las variaciones, de hecho, son irrelevantes-.

Fue en el exterior donde el cambio se hizo más evidente, al recubrir de placas de cantería todos los muros de las distintas alas del edificio, inicialmente concebidos en ladrillo visto.
En un principio, solo la fachada clasicista estaba recubierta de piedra de Almorqui, lo que la destacaba del conjunto.



La entrada a la escuela seguía el esquema de pórtico monumental en las principales facultades y escuelas técnicas de la naciente Ciudad Universitaria.
Pero mientras en otros edificios este pórtico se reinterpreta o insinúa mediante líneas vanguardistas, aquí -por ser precisamente sede de la Escuela de Arquitectura- se sujeta al canon más clásico y reconocible, con sus pilastras dóricas y su silueta de pilono.

Como ya dije hablando de otras facultades de la Ciudad Universitaria en el blog, este retorno al lenguaje clásico es característico de los años 1930 como reacción al maremágnum de vanguardias de los años precedentes.
También de estas fechas y dentro de este mismo espíritu de vuelta al orden se incluye el edificio de la Fundación Rockefeller (1930), de Luis Lacasa y Manuel Sánchez Arcas, en el complejo del CSIC.



La decoración interior de la Escuela de Arquitectura es una mezcla interesante y armónica de diseño contemporáneo -muy influido por la Bauhaus- y el aire grecolatino con el que se pretendía reivindicar las raíces de la arquitectura occidental.

Es en su espléndido interior –amplio, diáfano, limpio y ordenado- donde mejor se aprecia el cuidado excepcional que este arquitecto ponía en cualquier detalle.
Un espacio en el que además articula de manera impecable las líneas racionalistas y funcionales con un sutil clasicismo que apenas interfiere pero que aporta al conjunto el toque definitivo.

El edificio es de planta abierta y asimétrica, con estructura de hormigón armado. Consta de un cuerpo principal de acceso, donde se encuentran el salón de actos y la biblioteca, y dos alas más en las que se sitúan aulas y seminarios.

El arquitecto había sido el mismo que proyectó el pabellón de España para la Exposición de Artes Decorativas de París de 1925, un palacete de regionalismo andalucista estilizado que resultaba coherente con las nuevas formas y perfiles surgidos en el evento. De hecho, frente al regionalismo purista de los años 10 del siglo XX, el de los años 20 y 30 estará a partir de entonces muy contaminado del repertorio de formas y motivos art decó.
Otra obra popular de este mismo arquitecto fue el Pabellón de Aragón para la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1929, que revisitaba también el neomudéjar aragonés dentro de un espíritu muy decó.


Foto del salón de actos tras su reconstrucción. En el centro, vidriera de la que se reproduce un detalle en la foto de abajo.



Está firmada por Alberto Martorell, uno de los más importantes artistas vidrieros de nuestro siglo XX, que realizó obras para la casa Maumejean por los años 30 a caballo entre el Art Decó y el Constructivismo.

De él quedan muchas obras en España, entre ellas las de esta Escuela de Arquitectura o las magníficas vidrieras que realizó en 1932 para el techo del nuevo patio de operaciones del Banco de España, dentro de la ampliación efectuada durante esos años en la crujía de la calle Alcalá (ampliación que respetó por fuera el estilo decimonónico del edificio pero con una decoración interior que quizá sea el ejemplo más completo y espectacular del Art Decó internacional en Madrid).