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lunes, 25 de enero de 2010

Parque Quinta de los Molinos




El Parque de la Quinta de Los Molinos fue, inicialmente, una propiedad privada.
Su dueño era don César Cort y Botí, a quien el Conde de Torre Arias vendió unos pequeños terrenos a partir de los cuales, mediante compra o permuta, comenzó a configurarse y expandirse la finca hasta alcanzar las 70 hectáreas en los años 70 del siglo XX.






El planteamiento fue claro desde un principio: el señor Cort, alicantino, pretendía trasplantar un trozo de ribera mediterránea a las entonces resecas afueras de Madrid.
Este es el motivo por el que abundan las plantaciones de olivos y, sobre todo, de almendros, miles y miles de ellos cuya espectacular floración convoca todos los años a las cámaras de Telemadrid para anunciar la primavera.
A ese aire mediterráneo contribuyen las formas y diseños de los distintos elementos arquitectónicos que se reparten por el parque y que, como en el caso de los aljibes, cumplen una doble función: decorativa y práctica.

Esta recreación nostálgica del señor Cort del mundo mediterráneo conecta casualmente con la evocación constante que del mismo hacía el Art Decó, idealizándolo en su momento de mayor esplendor, la civilización grecolatina.
Pero junto a la reconstrucción del paisaje levantino podemos encontrar también concesiones cosmopolitas, como un pequeño jardín inglés en torno al lago.

En 1925 se iniciaron, además de las del palacete, las obras de la Casa del Reloj, donde en un principio la familia pasaba los veranos, optando aquí el señor Cort por el folclorismo arquitectónico.
Fue a esta misma casa, también restaurada, donde el dueño, ya mayor, se trasladó a vivir tras caerse por la escalera del palacio y romperse la cadera.
A raíz de este aparatoso accidente, don César se negó a seguir viviendo en la casa principal.




Aunque recordado como arquitecto, el señor Cort era en realidad una eminencia en urbanismo, creando en la Escuela de Arquitectura de Madrid la primera cátedra dedicada a esta materia y proyectando ensanches como el de Burgos (1929).
Entre lo poco que construyó destaca su residencia particular en la finca, obra en la que se involucró personalmente y de silueta tan peculiar e inconfundible.

Su compromiso con el ahora parque no fue sólo arquitectónico: su gran afición botánica le llevó a traer personalmente de sus viajes muchos de los árboles y plantas del recinto.


Don César falleció en 1978. En 1982, sus herederos llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid por el que cedían 21 hectáreas de la finca para zona verde de uso público, las que disfrutamos actualmente.

El parque debe su nombre al par de molinos de viento -recién restaurados- que se sitúan a un lado del palacete, sobre torretas metálicas, y que servían para extraer agua subterránea, muy abundante en toda la antigua finca.
El parque está catalogado como Jardín Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.



viernes, 15 de enero de 2010

Parque Quinta de los Molinos (palacio)









En 1925 se inició la construcción del palacete por parte del mismo propietario de la entonces finca particular, el arquitecto alicantino don César Cort Botí, de ahí que durante años fuera conocido como Palacete Cort, visible en su singularidad desde la carretera de Barcelona.

El palacete, restaurado recientemente tras décadas de abandono, es una réplica castiza y menos ambiciosa, pero con mucho encanto, de la residencia que Josef Hoffmann, uno de los gurús de la Secesión vienesa, levantó en Bruselas para Adolphe Stoclet.

Al igual que este, el palacete Cort es un edificio de composición cerrada a modo de fortaleza, con un interesante juego de volúmenes cúbicos que alcanza su clímax expresivo en el remate piramidal de la torre.


Imagen del Palacete Stoclet, construido por Josef Hoffman entre 1905-11.

Las elaboradas líneas ornamentales de derivación vegetal y orgánica del Art Nouveau conocen, en su versión austriaca y por medio de las figuras de Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich y Josef Hoffmann, un proceso de reduccionismo formal y esquematización simbólica que, particularmente en las obras de este último, produce abstractas configuraciones arquitectónicas basadas esencialmente en pocas y elementales figuras geométricas.
Una evolución (o interpretación), insólita y revolucionaria, que probablemente tuvo mucho que ver con la severidad nórdica en contraste con el carácter mediterráneo, más proclive a la exuberancia de formas y el ornamento barroco.

Tal impulso hacia la abstracción, que prefiguraría no sólo el Art Decó sino que también anunciaría el gradual ascetismo de líneas del Movimiento Moderno, tiene su más lograda manifestación arquitectónica en este palacio que Josef Hoffmann construye en Bruselas para el ingeniero Adolphe Stoclet, rico industrial belga y refinadísimo coleccionista de arte.


Residencia privada y al mismo tiempo galería de la colección Stoclet, el palacio se plantea como obra de arte total, con mosaicos en el comedor de Gustav Klimt (arriba, imagen de uno de ellos, "El árbol de la vida", inspirado en los mosaicos bizantinos de Rávena y con reminiscencias del arte oriental al que el propietario, el señor Stoclet, era muy aficionado).

Al igual que en el palacio de la Quinta de Los Molinos, la conformación de los volúmenes se confía a la severidad estilística de la línea, cuyo perfil geométrico se resalta con un ribete de cobre dorado que encuadra las superficies; en el caso del Palacete Cort, ese papel lo desempeñan las pilastras.
El Palacio Stoclet fue declarado, en junio de 2009, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco como bien cultural de "valor universal excepcional".

No obstante, los volúmenes escalonados, o en zigzag, que caracterizan el Art Decó, sobre todo en su primer periodo, no sólo tienen su origen en la revolución formal que significó la Secesión vienesa.
A esta inspiración indiscutible hay que sumar la influencia de las construcciones piramidales de culturas antiguas -egipcia, precolombinas...- que hicieron furor en aquella época de arqueólogos aventureros a lo Indiana Jones que, como ya se ha comentado en más de una entrada de este blog, fascinaban al mundo con sus intrépidos descubrimientos (Spielberg, de hecho, se inspiró en ellos, y más concretamente en el norteamericano Hiram Bingham, para crear su personaje).